lunes, 25 de noviembre de 2013

Enfermedades transmitidas por insectos

Enfermedades transmitidas por insectos: un problema cada vez mayor
AL CAER LA NOCHE en cierto país latinoamericano, una madre arropa con ternura a su hijo pequeño y le desea felices sueños. Pero en la oscuridad, una vinchuca negra y reluciente de casi tres centímetros de largo cae de una grieta del techo sobre la cama. La chinche se desliza por el rostro del niño dormido y, de forma casi imperceptible, perfora con el pico su tersa piel. Mientras se atiborra de sangre, deposita su excremento, cargado de parásitos. Sin despertarse, el niño se rasca la cara y restriega por la herida las heces infectadas.
Como consecuencia de este encuentro, el pequeño contrae el mal de Chagas. Al cabo de una o dos semanas, le sube mucho la fiebre y su cuerpo se inflama. Si sobrevive, los parásitos anidarán en él y le invadirán el corazón, el sistema nervioso y los tejidos internos. Tal vez no presente ningún síntoma durante diez o veinte años, pero en algún momento quizá sufra lesiones en el tracto digestivo, infección cerebral y una insuficiencia cardíaca que le provoque la muerte.
Aunque este relato es ficticio, describe de forma realista cómo puede contraerse el mal de Chagas. En Latinoamérica, millones de personas corren el peligro de recibir el beso letal de la vinchuca.
Compañeros de múltiples patas
“La mayoría de las infecciones febriles graves que contrae el hombre se deben a microbios transmitidos por insectos”, señala la Encyclopædia Britannica. Mucha gente suele utilizar el término insecto para nombrar no solo a los insectos propiamente dichos —seres invertebrados de seis patas, como las moscas, las pulgas, los mosquitos, los piojos y los escarabajos—, sino para referirse a criaturas de ocho patas, tales como las garrapatas y demás ácaros. Los científicos engloban a todos estos animales en una categoría más amplia: los artrópodos, una de las clasificaciones más numerosas del reino animal, que comprende al menos un millón de especies conocidas.
Casi todos los insectos son inofensivos para el ser humano, y algunos son muy beneficiosos. Sin ellos no se polinizarían multitud de flores ni producirían fruto una gran cantidad de plantas y árboles, de los que se alimentan el hombre y otros seres vivos. Algunos insectos ayudan a reciclar los desperdicios. Muchos comen exclusivamente vegetación, mientras que otros son insectívoros.
Claro está, hay insectos que molestan tanto a los animales como a las personas, ya sea por sus dolorosas picaduras o simplemente por su gran número. Algunos también destruyen los cultivos o, lo que es peor, propagan enfermedades y muerte. “Desde el siglo XVII hasta principios del siglo XX enfermaron y murieron más personas [debido a infecciones transmitidas por picaduras] que por todas las demás causas juntas”, señala Duane Gubler, de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, de Estados Unidos.
En la actualidad, aproximadamente 1 persona de cada 6 padece una infección contraída por dicho medio. Además del sufrimiento que infligen, tales enfermedades contagiosas constituyen una pesada carga económica, sobre todo para los países en vías de desarrollo, que son los que menos medios tienen para soportarla. Un solo brote de enfermedad puede resultar muy caro. Por ejemplo, en 1994, un incidente de este tipo ocurrido en el oeste de la India les costó a aquel país y a la economía mundial miles de millones de dólares. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), las naciones más pobres de la Tierra no podrán crecer en sentido económico hasta que dichos problemas de salud se hallen bajo control.
Cómo nos transmiten las enfermedades
Los insectos actúan como vectores, o portadores de microorganismos, principalmente de dos formas. La primera es por transmisión mecánica. Igual que introducimos suciedad en nuestra casa si entramos con los zapatos sucios, “las moscas domésticas a veces llevan en sus patas millones de gérmenes que, en cantidades suficientemente elevadas, ocasionan enfermedades”, indica laEncyclopædia Britannica. Las moscas pueden portar, por ejemplo, partículas contaminantes que se hallan en el excremento y depositarlas en los alimentos y la bebida en los que se posan. De esta forma, los seres humanos contraen enfermedades tan debilitantes y letales como el tifus, la disentería o hasta el cólera. Las moscas también contribuyen a la propagación del tracoma, principal causa de ceguera en el mundo. Esta enfermedad, que aflige a unos quinientos millones de personas, ocasiona la cicatrización de la córnea —capa transparente que cubre el iris—, con la consiguiente pérdida de la visión.
Parece ser que las cucarachas —las cuales medran en la suciedad— también actúan como vectores mecánicos en la transmisión de enfermedades. Además, los especialistas relacionan el considerable aumento de los casos de asma, sobre todo entre los niños, con una alergia a estos insectos. Pongamos por caso a Ashley, una chica de 15 años que ha pasado innumerables noches luchando por respirar por culpa del asma. Cuando la doctora que la atiende se dispone a auscultarle los pulmones, una cucaracha sale de su camisa y echa a correr por la camilla.
Los gérmenes que llevan dentro
Cuando los insectos y los ácaros hospedan en su organismo algún virus, bacteria o parásito, pueden propagar enfermedades por un segundo medio: sus picaduras. Sin embargo, solo un pequeño porcentaje de insectos infectan de esta forma al ser humano. Para ilustrarlo: de las miles de especies de mosquitos que existen, solo las del género Anopheles son portadoras del paludismo, la segunda enfermedad infecciosa de mayor mortandad del mundo (la tuberculosis ocupa el primer lugar).
Con todo, los mosquitos son vectores de muchas otras dolencias. La OMS informa: “De todos los insectos que transmiten enfermedades, los mosquitos representan la mayor amenaza [...] al propagar el paludismo, el dengue y la fiebre amarilla, que juntos son responsables de varios millones de defunciones y de cientos de millones de casos cada año”. Al menos el 40% de la población mundial corre el riesgo de contraer el paludismo, y otro 40% el dengue. En algunos lugares pueden contraerse ambas infecciones.
Desde luego, los mosquitos no son los únicos insectos que portan gérmenes. La mosca tsetsé inocula el protozoo causante de la enfermedad del sueño, que afecta a cientos de miles de personas y obliga a comunidades enteras a abandonar sus fértiles campos. La mosca negra contagia el parásito al que se debe la ceguera de los ríos, que ha privado del sentido de la vista a unos cuatrocientos mil africanos. La mosca de la arena es a veces portadora del protozoo culpable de la leishmaniasis, nombre que agrupa varias afecciones que incapacitan, desfiguran y a menudo matan a quienes las padecen; hoy día, la leishmaniasis afecta a millones de personas de todas las edades. La omnipresente pulga puede ser transmisora de la tenia y de infecciones que provocan encefalitis. También contagia la tularemia o hasta la peste, la cual suele relacionarse con la peste negra que durante la Edad Media acabó, en solo seis años, con un tercio o más de la población europea.
Por otro lado, los piojos y algunos ácaros, como por ejemplo las garrapatas, pueden causar varias clases de tifus, entre otras afecciones. Las garrapatas de las zonas templadas del planeta provocan una dolencia, a veces debilitante, denominada enfermedad de Lyme, que es la infección transmitida por vectores más común de Estados Unidos y Europa. Un estudio realizado en Suecia reveló que los pájaros migratorios llegan a transportar las garrapatas a miles de kilómetros de distancia, llevando a otras regiones las enfermedades que estos organismos portan. “Las garrapatas —dice la Britannica— transmiten al ser humano más enfermedades que cualquier otro artrópodo, con la excepción del mosquito.” De hecho, una sola garrapata puede hospedar hasta tres clases diferentes de gérmenes e inocular los tres a la vez.
Llega cierto alivio
Hasta 1877 no se logró demostrar científicamente que los insectos transmiten infecciones. Desde entonces han tenido lugar grandes campañas para controlar o eliminar los insectos culpables. En 1939 se añadió el insecticida DDT a la lucha contra los insectos portadores de enfermedades, y para 1960, estos dejaron de considerarse una grave amenaza para la salud pública de las naciones fuera de África. Comenzó a darse más importancia al tratamiento médico de los casos urgentes que al control de los vectores, de modo que decayó el interés por estudiar los insectos y su hábitat. Se descubrieron nuevos medicamentos, y dio la impresión de que la ciencia podía hallar un “remedio mágico” para cualquier dolencia. Con la disminución de las enfermedades infecciosas, el mundo pudo tomarse un respiro, pero no por mucho tiempo. El siguiente artículo analizará por qué.

Muchos insectos portan gérmenes en su interior
  La mosca negra es responsable de la ceguera de los ríos
  Los mosquitos transmiten el paludismo, el dengue y la fiebre amarilla
  Los piojos pueden transmitir el tifus
  Las pulgas pueden causar encefalitis y otras dolencias
  La mosca tsetsé transmite la enfermedad del sueño

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Diabetes: “la asesina silenciosa”

Diabetes: “la asesina silenciosa”
CUANDO tenía 21 años, Ken comenzó a sentir una sed insaciable y desconcertante. También se veía obligado a orinar con frecuencia, cada veinte minutos aproximadamente. En poco tiempo empezó a notar sus extremidades muy pesadas y a estar siempre cansado. Además, su visión se hizo borrosa.
El momento decisivo llegó cuando contrajo el virus de la gripe. Cuando su médico lo examinó, le dijo que se trataba de algo más que una simple gripe: también padecía diabetes mellitus de tipo 1 (diabetes, para abreviar). Este trastorno químico merma la capacidad del organismo de absorber ciertos nutrientes, en especial la glucosa, un azúcar que se halla en el torrente sanguíneo. Ken pasó seis semanas en el hospital, hasta que su nivel de azúcar se estabilizó.
Eso sucedió hace ya cincuenta años. Y aunque en la actualidad el tratamiento contra la diabetes ha mejorado mucho, Ken sigue padeciendo esta enfermedad, y su caso no es el único. Se calcula que en todo el mundo hay más de ciento cuarenta millones de diabéticos; y según la Organización Mundial de la Salud, se cree que para el año 2025, el número se habrá duplicado. Es comprensible, pues, la preocupación de los especialistas. Robin S. Goland, doctora en medicina y codirectora de un centro de tratamiento de Estados Unidos, comenta: “Por el número de casos que estamos viendo, bien pudiera tratarse del comienzo de una epidemia”.
Observe cuál es la situación en distintas partes del mundo:
AUSTRALIA. Según el International Diabetes Institute de Australia, “la diabetes constituye una de las enfermedades más problemáticas del siglo XXI”.
INDIA. Al menos 30.000.000 de personas padecen diabetes. “Quince años atrás casi no teníamos pacientes menores de 40 años —dice un médico—, pero hoy, la mitad de los enfermos no supera esa edad.”
SINGAPUR. Casi un tercio de la población de entre 30 y 69 años tiene diabetes. También se les ha diagnosticado a muchos menores, algunos de tan solo 10 años.
ESTADOS UNIDOS. Alrededor de dieciséis millones de estadounidenses padecen esta afección, y cada año surgen unos ochocientos mil nuevos casos. Millones de diabéticos desconocen que lo son.
El hecho de que esta enfermedad puede pasar desapercibida durante mucho tiempo dificulta su tratamiento. “Como los primeros síntomas son relativamente leves —señala la revista Asiaweek—, la diabetes suele pasar inadvertida.” De ahí que se la haya apodado “la asesina silenciosa”.
En vista de la gravedad de esta dolencia y de lo común que es, los siguientes artículos responderán a las preguntas:
● ¿Qué causa la diabetes?
● ¿Cómo pueden los diabéticos sobrellevar su enfermedad?

Como su nombre lo indica
  La denominación diabetes mellitus está compuesta por una palabra de origen griego que significa “sifón” (tubo curvo utilizado para trasvasar líquidos) y de una expresión latina que quiere decir “dulce como la miel”. Estos términos describen apropiadamente la enfermedad, pues cuando el diabético bebe agua, esta pasa de la boca al tracto urinario y de ahí al exterior como por un sifón. Por otro lado, su orina está cargada de azúcar. De hecho, antes de que se descubrieran técnicas más eficaces, una forma de averiguar si alguien tenía diabetes era derramando su orina cerca de un hormiguero. La afluencia de hormigas delataba la presencia de azúcar.

Las dificultades del tratamiento
“No hay diabetes buena. Todas son peligrosas.”—Anne Daly, de la Asociación Americana de la Diabetes.
“SUS análisis de sangre revelan serias anomalías. Tiene que iniciar un tratamiento de inmediato.” Las palabras del médico fueron un duro golpe para Deborah. “No dejé de pensar en toda la noche que debía de tratarse de un error de laboratorio —relata—. Me negaba a creer que estuviera enferma.”
Como le sucede a mucha gente, Deborah pensaba que gozaba de buena salud, de ahí que pasara por alto los persistentes síntomas que padecía. Culpaba a los antihistamínicos de su insaciable sed, y al exceso de agua que tomaba, de sus frecuentes visitas al cuarto de baño. Respecto al cansancio, ¿qué madre que trabaje fuera de casa no termina exhausta?
Sin embargo, los análisis confirmaron que la culpa era de la diabetes. A Deborah le costó mucho aceptar el diagnóstico. “No se lo conté a nadie —dice—. Por la noche, cuando mi familia dormía, me quedaba mirando al vacío y lloraba.” Al enterarse de que padecen diabetes, algunas personas —al igual que Deborah— se ven invadidas por un aluvión de sentimientos, que van desde la depresión hasta la ira. Karen señala: “Pasé por un triste período en el que negaba mi enfermedad”.
Es natural reaccionar de esta manera ante lo que parece ser un injusto revés. Sin embargo, si se les brinda ayuda, quienes sufren este trastorno pueden adaptarse a la nueva situación. “Mi enfermera me enseñó a aceptar la enfermedad —comenta Karen—. Me aseguró que era normal llorar. Y la verdad es que desahogarme me ayudó mucho.”
Por qué es grave
Se ha dicho que la diabetes es “una afección del mismísimo mecanismo de la vida”, y con razón. Cuando el cuerpo no es capaz de metabolizar la glucosa, pueden dañarse los órganos vitales, con consecuencias funestas. “La gente no muere de diabetes —dice el doctor Harvey Katzeff—, muere a causa de las complicaciones que esta ocasiona. Somos muy buenos previniendo las complicaciones, pero no podemos curarlas una vez que se producen.”*
¿Hay alguna esperanza para las personas que padecen diabetes? Sí la hay, siempre y cuando reconozcan la gravedad de su enfermedad y se sometan a un tratamiento.*
Dieta y ejercicio
Aunque la diabetes de tipo 1 no puede prevenirse, los científicos están investigando los factores de riesgo genéticos y están buscando el modo de inhibir el ataque inmunológico (véase el recuadro “La función de la glucosa”,  “Con la del tipo 2, el pronóstico es mucho más esperanzador”, señala el libroDiabetes—Caring for Your Emotions as Well as Your Health (La diabetes: cómo cuidar de su salud física y emocional). “Muchos de los que presentan cierta predisposición genética evitarán que se manifieste la enfermedad si se mantienen en forma y si su peso no supera los límites normales, algo que se logra con una alimentación equilibrada y practicando ejercicio con regularidad.”*
Destacando el valor del ejercicio, la publicación Journal of the American Medical Association informó lo siguiente sobre un amplio estudio realizado con mujeres: “Un corto período de actividad física aumenta durante más de veinticuatro horas la absorción [celular] de la glucosa mediante la acción de la insulina”. Por eso, el mencionado informe concluye diciendo que “caminar, así como la actividad física enérgica, reducen considerablemente en las mujeres el riesgo de contraer diabetes de tipo 2”. Los investigadores recomendaron practicar un mínimo de treinta minutos de ejercicio moderado, de ser posible, todos los días de la semana. Por ejemplo, se puede hacer algo tan sencillo como caminar, lo cual “es probablemente la forma más adecuada, segura y económica de ejercitarse”, según la American Diabetes Association Complete Guide to Diabetes (Guía completa para diabéticos de la Asociación Americana de la Diabetes).
Ahora bien, el plan de ejercicio de las personas con este trastorno debe tener supervisión médica. Una razón para ello es que la diabetes puede dañar el sistema vascular y el sistema nervioso, lo que ocasiona mala circulación e insensibilidad. De esta forma, un simple rasguño en el pie puede pasar desapercibido, infectarse y convertirse en una úlcera, un grave problema que pudiera ocasionar la amputación de la extremidad si no se trata de inmediato.*
Pese a todo, un programa de ejercicio suele ayudar a controlar la diabetes. “Cuanto más se investiga sobre los beneficios de practicar deporte con regularidad —dice la guía antes mencionada—, más pruebas hay de lo saludable que es.”
Tratamiento con insulina
Además de la dieta y el ejercicio, muchos diabéticos tienen que comprobar diariamente sus niveles de glucosa e inyectarse insulina varias veces al día. Al mejorar su estado de salud —con una buena dieta y un buen plan de ejercicio—, algunas personas con diabetes de tipo 2 han podido dejar la insulina al menos por un tiempo.* Karen, quien padece diabetes de tipo 1, ha notado que el ejercicio aumenta la eficacia de la insulina que se inyecta. Como resultado, ha podido reducir su dosis diaria en un 20%.
No obstante, si usted tiene que inyectarse esta hormona, no se desanime. “El que deba administrarse insulina no significa que haya fracasado —dice Mary Ann, enfermera titulada que atiende a varios pacientes diabéticos—. Sea cual sea la diabetes que tenga, si controla bien su azúcar, evitará futuros problemas de salud.” De hecho, un estudio reciente reveló que entre los diabéticos de tipo 1 que mantenían un estricto control sobre sus niveles de glucosa “se observaba una reducción drástica de las afecciones oculares, renales y nerviosas”. Por ejemplo, el riesgo de padecer dolencias oculares (como la retinopatía) disminuía en un 76%. En los diabéticos de tipo 2 que controlaban rigurosamente sus niveles de azúcar se evidenciaban resultados parecidos.
A fin de que el tratamiento con insulina resulte menos traumático y más fácil de sobrellevar, las jeringuillas y los bolígrafos de insulina —los instrumentos más utilizados— cuentan con agujas ultrafinas que apenas se notan. “El primer pinchazo suele ser el peor —señala Mary Ann—. Después, la mayoría de los pacientes dicen que casi no sienten nada.” Otros métodos de administrarse la insulina son: los inyectores automáticos, que introducen la aguja en la piel sin causar dolor; los inyectores a chorro, que disparan un delgado chorro de insulina que atraviesa la piel, y las bombas de infusión, las cuales emplean un catéter que permanece en el punto de inyección durante dos o tres días. Estas últimas, del tamaño de un buscapersonas, han ganado bastante aceptación en los últimos años. Consisten en una bomba programable que administra insulina a través de un catéter a un ritmo constante según la necesidad diaria del enfermo, lo cual aumenta la comodidad y precisión del tratamiento.
Siga aprendiendo
Pese a lo mencionado, no existe una única estrategia general para la diabetes. A la hora de decidirse por un tratamiento, cada persona tomará en cuenta diversos factores. “Aunque se halle bajo el cuidado de un equipo médico —dice Mary Ann—,usted es quien lleva las riendas.” De hecho, la revista Diabetes Care (El cuidado de la diabetes) observa: “Poner en tratamiento al paciente sin enseñarle a controlar su enfermedad de manera regular y ordenada puede considerarse una falta de ética y una atención médica deficiente”.
Cuanto más conozca el enfermo su padecimiento, mejor preparado estará para cuidarse y disfrutar así de una vida más larga y saludable. No obstante, debe tener paciencia. El libro Diabetes—Caring for Your Emotions as Well as Your Healthexplica: “Si quiere aprenderlo todo de una vez, probablemente se desconcierte y no sepa cómo utilizar tanta información. Además, lo que más necesita saber no se encuentra en los libros ni en los folletos, pues tiene que ver [...] con la reacción de sus niveles de azúcar a los cambios en su rutina, algo que solo se aprende con el tiempo y probando a ver qué resulta mejor en su caso”.
Por ejemplo, mediante un control cuidadoso, el paciente descubre cómo reacciona su cuerpo al estrés, que en ocasiones dispara los niveles de glucosa. “Hace cincuenta años que vivo con este cuerpo diabético —comenta Ken—, así que entiendo lo que me dice.” “Escuchar” a su cuerpo le ha dado buenos resultados, pues todavía puede trabajar a jornada completa aunque tiene más de 70 años de edad.
La importancia del apoyo familiar
No ha de pasarse por alto la importancia del apoyo familiar en el tratamiento contra la diabetes. De hecho, una obra de consulta indica que “la calidad de la vida de familia quizá sea el factor más importante” para controlar la diabetes en el caso de los niños y los adultos jóvenes.
Es recomendable que los miembros de la familia conozcan bien este trastorno y hasta se turnen para acompañar al enfermo al médico. Estar familiarizados con la dolencia los capacitará para brindar apoyo, reconocer sus graves síntomas y saber cómo actuar cuando se producen. Ted, cuya esposa padece diabetes de tipo 1 desde los cuatro años, dice: “Sé cuándo los niveles de azúcar de Barbara están muy bajos: se queda callada en mitad de la conversación, transpira mucho, se enoja sin razón y reacciona con lentitud”.
Cuando Catherine, la esposa de Ken, observa que su marido se pone pálido, comienza a transpirar y le cambia el estado de ánimo, le plantea un problema de matemáticas sencillo. La confusa respuesta de Ken le indica que ha llegado el momento de tomar las decisiones y actuar con rapidez para remediar la situación. Tanto Ken como Barbara agradecen profundamente tener un cónyuge bien informado al que aman y en el que confían por completo.*
La familia afectuosa debe esforzarse por brindar al diabético todo su apoyo y por ser bondadosa y paciente con él, pues así le ayudará a afrontar las dificultades que entraña su dolencia y hasta influir de modo positivo en la trayectoria de la misma. El esposo de Karen le aseguraba que la amaba, lo cual tenía un profundo efecto en ella. Karen relata: “Nigel me decía: ‘La gente necesita comida y agua para sobrevivir; tú necesitas comida, agua y una pequeña dosis de insulina’. Escuchar estas cariñosas pero prácticas palabras era justo lo que me hacía falta”.
Los familiares y los amigos también tienen que comprender que las fluctuaciones de los niveles de azúcar causan a veces cambios en el estado de ánimo. “Cuando mi nivel de azúcar se descontrola, me cambia el humor —dice una mujer—; me vuelvo muy callada e irritable, y me invade un sentimiento de frustración. Después me siento mal por haber actuado de un modo tan infantil, pero me consuela saber que otros entienden la razón de mi comportamiento, aunque yo procuro controlarme.”
Como hemos visto, la diabetes puede controlarse, sobre todo si quienes la sufren cuentan con la colaboración de sus familiares y amigos. Ahora bien, los principios bíblicos también pueden resultar de utilidad. ¿Cómo?

Entre tales complicaciones se cuentan las cardiopatías, los derrames cerebrales, las insuficiencias renales, las enfermedades vasculares periféricas y las neuropatías. La falta de riego sanguíneo en los pies puede ocasionar úlceras, que en los casos más graves culminan con la amputación del miembro afectado. La diabetes también es la principal causa de ceguera entre los adultos.
   no recomienda ninguna terapia en particular. Las personas que crean tener diabetes deben consultar a un médico con experiencia en la prevención y tratamiento de esta dolencia.
Todo parece indicar que la acumulación de grasa es más peligrosa en el abdomen que en las caderas.
El riesgo es aún mayor en el caso de los diabéticos que fuman, pues el tabaco perjudica el corazón y el sistema circulatorio, y estrecha los vasos sanguíneos. Una obra de consulta señala que el 95% de los diabéticos que sufren amputaciones son fumadores.
Algunas de ellas recibieron un tratamiento oral. Hay medicamentos que estimulan el páncreas para que produzca insulina; otros hacen más lento el aumento de azúcar en la sangre, y otros inhiben la resistencia a la insulina (no suelen recetarse medicamentos orales en casos de diabetes de tipo 1). Hoy por hoy, la insulina no puede tomarse por vía oral, pues la digestión destruye esta proteína antes de que llegue a la corriente sanguínea. Ni las inyecciones de insulina ni la medicación oral descartan la necesidad de hacer ejercicio y alimentarse bien.
Las autoridades médicas recomiendan que quienes padecen diabetes lleven una tarjeta o una placa de identificación. En situaciones críticas, estos objetos pueden salvarles la vida. Un bajón de azúcar, por ejemplo, puede confundirse con otras afecciones o hasta con un problema de embriaguez.

¿Enfermedad juvenil?
  La diabetes “se está convirtiendo en una enfermedad juvenil”, afirma el doctor Arthur Rubenstein, destacado endocrinólogo y decano de la Facultad de Medicina Mount Sinai, de Nueva York. La edad de los pacientes es cada vez menor. Robin S. Goland, especialista en la materia, dice sobre la diabetes de tipo 2: “Hace diez años enseñábamos a los estudiantes de medicina que esta afección no se daba en personas menores de 40. Ahora vemos casos de niños menores de 10”.
  ¿A qué se debe el aumento de diabetes entre los jóvenes? A veces existe cierta predisposición genética, pero el peso y el entorno también influyen. El número de niños obesos se ha duplicado en las dos pasadas décadas. ¿Por qué razón? “En estos últimos veinte años han cambiado mucho los hábitos alimentarios y el estilo de vida —comenta el médico William Dietz, de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, de Estados Unidos—. La gente se ve obligada a comer fuera de casa más a menudo, se salta el desayuno con más frecuencia y toma cada vez más refrescos y comida rápida; además, en algunas escuelas han disminuido [las clases de educación física] y se han eliminado los recreos.”
  La diabetes no tiene cura. Por lo tanto, sería sensato seguir el sencillo consejo que dio un adolescente diabético: “Evita la comida basura y mantente en forma”.

La función de la glucosa
  La glucosa proporciona energía a los miles de millones de células que conforman nuestro cuerpo. Sin embargo, para entrar en ellas necesita una “llave”, a saber, la insulina, una hormona que segrega el páncreas. En la diabetes de tipo 1, el organismo produce muy poca o ninguna insulina. En la de tipo 2, el cuerpo sí la fabrica, pero no en cantidades suficientes.* Además, a las células les cuesta absorber esta hormona, síndrome que se conoce como resistencia a la insulina. El resultado es el mismo en ambos tipos de diabetes: células hambrientas y peligrosos niveles de azúcar en la sangre.
  La diabetes de tipo 1 surge cuando el sistema inmunológico ataca las células beta del páncreas, que son las productoras de insulina. Se trata, pues, de una enfermedad autoinmune. Algunos de los factores que pueden provocar esta reacción inmunológica son los virus, las sustancias tóxicas y ciertos medicamentos. Parece que también existe una predisposición genética, pues este tipo de diabetes es generalmente hereditario y más común en la población de raza blanca.
  El factor genético es aún más importante en el caso de la diabetes de tipo 2, la cual aparece con más frecuencia en personas que no son de raza blanca. Entre los más afectados se encuentran los aborígenes australianos y los indios americanos, pero sobre todo estos últimos, quienes tienen el índice más alto de diabetes de tipo 2 del mundo. Los científicos están investigando la relación entre los genes y la obesidad, y cómo el exceso de grasa parece fomentar la resistencia a la insulina en personas predispuestas genéticamente.* A diferencia de la diabetes de tipo 1, la de tipo 2 se da normalmente en pacientes que sobrepasan los 40 años.

Alrededor del 90% de los casos de diabetes son de tipo 2. Solía llamársele diabetes no insulinodependiente, o del adulto. Sin embargo, estos términos no son muy precisos, ya que hasta el 40% de los diabéticos de tipo 2 necesitan insulina. Además, un alarmante número de jóvenes —y hasta niños— padecen esta clase de diabetes.
Suele considerarse obeso a quien supera en un 20% o más su peso ideal.

martes, 19 de noviembre de 2013


¡Proteja su oído!

“Más de ciento veinte millones de personas en el mundo padecen algún tipo de deficiencia auditiva incapacitante.” (Organización Mundial de la Salud.)
EL SENTIDO del oído es un don sumamente valioso. Sin embargo, lo vamos perdiendo a medida que envejecemos. La sociedad moderna, con la gran variedad de sonidos y ruidos que la caracterizan, parece haber acelerado ese proceso. Uno de los científicos principales del Central Institute for the Deaf, una institución para sordos de San Luis (Misuri, EE.UU.), señaló: “Alrededor del setenta y cinco por ciento de la pérdida auditiva que padece un norteamericano de término medio se debe al trato que ha dado a los oídos a lo largo de su vida, y no solo al envejecimiento”.
La exposición intensa a sonidos fuertes, aunque sea breve, puede perjudicar los delicados mecanismos del oído interno. No obstante, la pérdida auditiva suele producirse por “el efecto acumulativo de trabajos ruidosos, aficiones ruidosas y diversiones ruidosas”, indica la doctora Margaret Cheesman, otóloga. ¿Qué podemos hacer a fin de proteger el oído? Para responder a esta pregunta, necesitamos tener ciertas nociones de su funcionamiento.
Los sonidos que oímos
Se diría que el entorno en el que vivimos es cada vez más ruidoso. Un gran número de personas sufren a diario agresiones acústicas de diversas intensidades, desde el estrépito de los automóviles, autobuses y camiones de la calle, hasta el constante estruendo de las herramientas eléctricas del lugar donde trabajan.
A veces agravamos el problema subiendo el volumen de los aparatos de sonido. Un método común de escuchar música es a través de los auriculares de un reproductor portátil de discos compactos o de casetes. Según Marshall Chasin, cofundador de los centros Musicians’ Clinics de Canadá, ciertos estudios realizados en Canadá y Estados Unidos revelan que cada vez más jóvenes sufren pérdida auditiva a consecuencia de usar los auriculares a todo volumen.
Ahora bien, ¿cuándo está el volumen demasiado fuerte? Podemos tener en cuenta tres factores: la duración del sonido, su frecuencia (tono) y su amplitud (intensidad). La duración se refiere sencillamente al espacio de tiempo en que un sonido es perceptible. La frecuencia se mide en ciclos por segundo, o hertzios. Un oído normal, sano, solo percibe los sonidos cuyas frecuencias están comprendidas entre 20 y 20.000 ciclos por segundo.
La unidad de medida de la intensidad se denomina decibel (dB). Una conversación normal tiene una intensidad de alrededor de 60 decibeles. Los audiólogos dicen que cuanto más tiempo permanezcamos expuestos a sonidos superiores a 85 decibeles, mayor será la pérdida auditiva, y cuanto más fuerte sea una emisión sonora, con mayor rapidez se dañará nuestro oído. Un informe publicado en la revista Newsweek señaló: “El oído soporta el ruido de un taladro (100 dB) durante dos horas sin posibles repercusiones, pero no más de treinta minutos en una ensordecedora sala de videojuegos (110 dB). Cada 10 decibeles de aumento se multiplica por diez el ruido que azota nuestros oídos”. Las pruebas confirman que el sonido ocasiona dolor a partir de los 120 decibeles aproximadamente. Aunque parezca increíble, algunos equipos estereofónicos domésticos pueden superar los 140 decibeles (véase el recuadro adjunto).
Para entender por qué nos lastiman los sonidos fuertes, examinemos lo que sucede cuando las ondas sonoras llegan a nuestros oídos.
Cómo funciona el aparato auditivo
La oreja, parte carnosa del oído externo denominada también pabellón auricular, tiene una forma concebida para captar las ondas sonoras y dirigirlas a través del conducto auditivo, por donde llegan enseguida al tímpano. Las ondas hacen que el tímpano vibre, el cual, a su vez, hace vibrar los tres huesecillos del oído medio. Las vibraciones pasan entonces al oído interno, constituido por un laberinto membranoso lleno de líquido encerrado en una cavidad ósea. Las vibraciones se desplazan por el fluido que hay en la parte del oído interno con forma de espiral, denominado caracol, que contiene las células ciliadas. El fluido del caracol activa la parte superior de dichas células, las cuales convierten las vibraciones en impulsos nerviosos. Estos se transmiten al cerebro, donde se descodifican e interpretan como sonidos.
El sistema límbico ayuda al cerebro a determinar a qué sonidos prestar atención y a cuáles no. Por ejemplo, una madre tal vez no sea consciente del ruido que normalmente hace su hijo mientras juega, pero responde de inmediato a su voz de alarma. Al tener dos oídos, escuchamos en estéreo, lo cual es muy útil pues nos permite identificar de dónde proviene el sonido. Ahora bien, cuando se trata del habla, el cerebro solo es capaz de comprender un mensaje a la vez. “Por esa razón, cuando estamos hablando con alguien por teléfono, nos cuesta captar lo que nos dice la persona que está a nuestro lado”, observa el libro The Senses (Los sentidos).
Cómo nos perjudica el ruido
Para entender cómo los sonidos fuertes perjudican nuestros oídos, sirva la siguiente comparación. Un informe sobre seguridad laboral asemeja las células ciliadas a un trigal, y las ondas sonoras que entran en el oído, al viento. Una suave brisa, al igual que un sonido débil, mueve la punta del trigo, pero no lo daña. Ahora bien, si aumenta la velocidad del viento, este ejerce más presión sobre los tallos. Una ráfaga de aire extremadamente fuerte y repentina o la exposición constante y prolongada a vientos de menor intensidad pueden dañar los tallos de modo irreparable y matar la planta.
Algo parecido sucede con el ruido y las diminutas y delicadas células ciliadas del oído interno. Un fuerte sonido explosivo puede rasgar en un instante los tejidos del oído interno y dejar cicatrices que ocasionen una pérdida auditiva permanente. Por otro lado, exponer nuestros oídos a niveles peligrosos de ruido durante un período prolongado puede dañar para siempre nuestras delicadas células ciliadas. Una vez que se han dañado, no les es posible regenerarse, lo que tal vez ocasione tinnitus, que es un zumbido, tañido o rugido en los oídos o en la cabeza.
Proteja el oído y lo conservará por más tiempo
Aunque la pérdida auditiva a veces se hereda y otras veces es causada por un accidente, es posible tomar precauciones para proteger el valioso sentido del oído y conservarlo por más tiempo. De modo que es aconsejable saber con antelación qué pudiera dañarlo. Como dijo una audióloga, “esperar a que surja un problema para tomar medidas es como aplicarse bronceador después de quemarse”.
A menudo lo importante es cómo escuchamos, y no qué escuchamos. Por ejemplo, si utiliza auriculares estéreos, no suba tanto el volumen que no pueda oír lo que sucede a su alrededor. Si el equipo de sonido del automóvil o de la casa está tan alto que es imposible hablar a un volumen normal, es señal de que pudiera dañarle los oídos. Los expertos advierten que exponerse durante dos o tres horas a un sonido de 90 decibeles puede perjudicar la audición. Por ello es recomendable usar tapones para los oídos u otras formas de protección siempre que se esté en un entorno ruidoso.
Los padres deben recordar que los niños son más sensibles al ruido que los adultos; por tanto, han de tener presente el peligro que suponen los juguetes ruidosos. Aunque parezca increíble, algunos sonajeros emiten sonidos de hasta 110 decibeles.
El oído es un pequeño, delicado y maravilloso mecanismo. Gracias a él percibimos la gran variedad de hermosos sonidos del mundo que nos rodea. Sin lugar a dudas, merece la pena que protejamos este valioso don.

Intensidad aproximada de algunos sonidos comunes
• Respiración: 10 decibeles
• Susurro: 20 decibeles
• Conversación: 60 decibeles
• Tráfico en hora punta: 80 decibeles
• Licuadora: 90 decibeles
• Tren: 100 decibeles
• Motosierra: 110 decibeles
• Avión de reacción: 120 decibeles
• Disparo de escopeta: 140 decibeles

Es posible que se esté quedando sordo si:
• sube el volumen de la radio o la televisión y a los demás les molesta.
• constantemente le tiene que pedir a su interlocutor que repita lo que ha dicho.
• a menudo frunce el ceño, se inclina hacia adelante y gira la cabeza a fin de escuchar a quien le habla.
• le cuesta trabajo oír lo que se dice en reuniones públicas o cuando hay ruido de fondo, como en las reuniones sociales o en una tienda concurrida.
• con frecuencia depende de que los demás le repitan lo que se dijo.

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